martes, 30 de abril de 2013

Novecento

Maravilloso monólogo teatral (aunque el autor prefiere considerarlo novela corta, pero está descrito para ser representado, de forma muy visual) sobre un pianista fuera de lo común, con una biografía poco típica también (por decirlo suavemente).

Está narrada por su mejor amigo, como espectáculo para el público compuesto por los pasajeros de un barco.
Les habla de lo que era el Virginian, otro barco que, en la época de entreguerras, iba varias veces al año de Europa a América y viceversa. Les cuenta lo que allí ocurría y cómo "apareció" allí un bebé un día de enero de 1.901, encima del piano de la sala de fiestas de primera clase.

Es increíble cómo Baricco describe la música: cómo suena, qué hace sentir, qué punto del alma toca cada nota. El don de este hombre para la narrativa no deja de maravillarme en cada libro suyo que leo.

Volviendo a la música, es difícil no leer este libro con una buena BSO, te lo pide el cuerpo.
De entre los discos que tenía disponibles, empecé poniendo uno de clásicos Disney a ritmo de Jazz, Everybody Wants to Be a Cat (genial disco, por cierto). Pero luego cambié. Esta lectura hablaba de maestría, de don especial, de magia al piano... Así que me vi obligada a poner Juntos para siempre: Chucho Valdés en directo me hace sentir esa magia, esa vibración de la que habla el autor aquí.

Según la contraportada, hay película sobre este libro, "La leyenda del pianista en el océano". Habrá que verla, aunque dudo que pueda transmitir la maravilla del texto y de la música que éste describe.

domingo, 28 de abril de 2013

Círculos de tiza

Ésta debe ser la semana de "descubrir nuevas formas de relatar una biografía".
Que no es que no me sonara, al menos en este caso. Pero no es lo habitual, a pesar de que el resultado es bueno en la mayoría de los casos.

Tal como en "Ensayo de comedia" lo hacía en forma de esbozo de obra teatral, en "Círculos de tiza" se narra la biografía del protagonista de forma epistolar.


En ambos casos, el resultado es que, una buena historia que hubiera podido ser algo cargante si se hubiera expresado de forma novelada, resulta amena de leer.

Como digo, la historia en sí es bonita, es una biografía interesante, aunque en algunos puntos quizá un poquito - demasiado fantasiosa.
Al expresarla hacia una persona con la que el narrador tiene confianza, hacia la que siente afecto, se destacan aspectos más íntimos que si, simplemente, se narrara, por ejemplo, cronológicamente: resultaría mucho más frío.

La relación entre las personas que se cartean no queda clara hasta el final, lo que da cierto punto intrigante. También hacia el final la persona destinataria de estas cartas cobra protagonismo: durante casi todo el libro se mantiene en un segundo plano, como digo, algo misterioso.

La narrativa es bastante simple, pero no sé si se debe a que el autor no da para más, o a una estrategia para adaptarse a la persona que escribe. Tendré que leer alguna otra cosilla suya para comprobarlo.

viernes, 26 de abril de 2013

Sólo pienso en ti

En esta ocasión, sí: Genial descubrimiento. Tenía ganas de leer algo de esta autora, y estos cuadernillos ofrecen una buena oportunidad de cata. En este caso, la experiencia ha sido buenísima: estoy deseando leer algo más de ella.

El primer relato de este librito, "Querida amiga", me ha tocado de lleno. Es una carta escrita por una gallega a una consejera sentimental de televisión, en la que cuenta su historia. Una historia que me ha resultado especialmente familiar, quizá por eso me ha entusiasmado.
Pero, aunque no me hubiera sentido identificada, la forma en que está escrita no puede dejar indiferente, consigue que empatices con la protagonista de lleno, que te enfades ante las injusticias, que sufras por su impotencia ante las circunstancias.

El segundo, "Sólo pienso en ti", me ha resultado muy gracioso. Es una especie de "5 horas con Mario" muy resumido (en poco más de 10 páginas) y algo más picarón. Muy recomendable y simpático.

El tercero y último, "Ensayo de comedia", me ha gustado por la forma narrativa: resume una historia, en primera persona, como si se estuviera preparando para representación teatral. Ahorra así detalles superfluos, sólo cuenta con los más importantes y además de una forma tan visual que facilita la proyección mental de la supuesta obra, que no es más que la realidad de la protagonista.

Ahora mismo voy a buscar qué otros libros de la autora me apetecen, porque quiero seguirle la pista.

Estamos dentro


Bueno, no es lo mejor (ni de lejos) que he leído del autor, pero como novela de entretenimiento está bien.
Además, después de las últimas lecturas necesitaba algo así: fresco, despreocupado.

Habla de los entresijos de la televisión, de lo que lleva a una cadena a poner o quitar programas, lo que mueve lo que, después, llega a nuestras casas. Desde ese punto de vista, es interesante.

Lo que no me ha terminado de convencer es la historia en la que envuelve esa crítica informativa: historia romántica, familiar... De hecho, uno de los puntos que más me ha decepcionado ha sido lo cuadrado que está todo: se nota que cada frase, o cada aparición de un personaje no es casual, porque todo termina cuadrando al final. Eso le da un aspecto artificial a la trama, impide que te metas.

Por otra parte, con lo bien que escribe este hombre, la redacción en este caso no es para nada destacable, sino tirando a mediocre...

Vamos, esos son los puntos malos, que como siempre digo, si no saco lo malo, no soy yo.
Pero, como novela para entretenerse, como "lectura piscinera", está bastante bien.

martes, 23 de abril de 2013

La carretera

Resumen tras la lectura: Buffff.

No sé si recomendar su lectura o no, sinceramente.

Por una parte, es un libro muy, muy bueno. De los que, supongo, se convertirán en clásicos con el tiempo.

Por otra, su lectura es agobiante, consigue que te sientas realmente mal. En mi caso, ha conseguido incluso que tenga pesadillas y me ponga a gritar de madrugada. Hasta ese punto se mete en tu subconsciente. Supongo que también ha influido para esto la época en que nos encontramos, no tan apocalíptica como el libro pinta, pero desde luego, no es una situación que se vea muy lejana, o se pueda considerar de "ciencia ficción", por desgracia.

Hay que escribir muy, muy bien para transmitir al lector con esa intensidad semejante sensación de miedo, de soledad y aislamiento, de incertidumbre, de ahogo, de preocupación.

Al hojear el libro antes de leerlo, pensé que lo terminaría en un periquete: unas 200 páginas, con frecuentes pausas (marcadas con interlineado): hasta 3 por página.
Pero me ha costado 3 días, y porque me he empeñado en apurarlo para no volver a ver comprometido mi sueño (ni el de los demás, visto lo visto).

Pinta, como digo, un contexto apocalíptico, con algunos supervivientes. Pero en el que no sabes de quién puedes fiarte y de quién no, porque, como seres humanos, cuando la necesidad aprieta, somos capaces de las mayores atrocidades contra nuestros congéneres. Somos capaces de auténticas barbaridades cuando la necesidad no aprieta tanto, así que cuando nos vemos con el agua al cuello podemos transformarnos en auténticos monstruos.

Los protagonistas, padre e hijo, recorren kilómetros y kilómetros intentando sobrevivir, encontrar una esperanza, huyendo de los que puedan venir detrás con la misma necesidad (hambre, frío, enfermedad) que ellos, o con intenciones perversas aunque esas necesidades las tengan cubiertas.

Como en "Windows on the world" esa sensación se ve agudizada por la responsabilidad del padre y la indefensión del niño. No es lo mismo intentar sobrevivir junto a cualquier otra persona, por mucho que nos importe, que intentar sobrevivir y proteger a un hijo.
Debe ser durísimo plantearse (desde la mentalidad occidental actual) que has creado una vida que, muy probablemente, no llegue a mucho más que intentar durar un día más, sin más objetivos... O, lo que es peor: una vida que no sabes si será mejor que sobreviva o no... Además, no sabes cuánto estarás a su lado para protegerle... Es, digamos, la vida misma llevada a su extremo más dramático, si lo piensas bien.
Con ese pánico contrasta la ingenuidad infantil, la solidaridad innata, el despertar brusco y durísimo del niño.
Dos planteamientos opuestos obligados a convivir, pero que, en ese escenario, es muy difícil que se mezclen, que uno influya en el otro. Desgraciadamente, si una de las opciones predispone a la otra, será el pesimismo del padre en la ilusión del hijo, jamás a la inversa, dadas las dificultades a las que se enfrentan a lo largo del libro.

Por eso, como buen libro, lo recomiendo; sin embargo, como lectura con la que disfrutar, me resulta imposible hacerlo, al menos ahora mismo, con su lectura reciente en mi cabeza y en mi corazón.
Quizá con el tiempo lo vea de otra forma.

Y todo esto, teniendo en cuenta que ni tengo hijos ni instinto maternal ni nada que se le parezca. Supongo que esta lectura para un padre tiene que resultar tan dura, o incluso más, que la del monólogo de Luis del Val, "Los caballos cojos no trotan". Por cierto, de Luis del Val es el libro que he empezado ahora, bastante más optimista que este monólogo, una novela de distracción, menos mal: me hacía falta después de "La carretera".

Avisado queda quien quiera leerlo. 


Poniendo un toque algo más optimista, aprovecho que hoy es el Día del Libro (¡y de las secretarias! ¡qué bien que coincidan!) para desearos buenas lecturas, y buenas compras a quien lo haga.


domingo, 21 de abril de 2013

Con una sonrisa


Un buen amigo lo llama "hacer el payaso".

Muchas personas, especialmente en los últimos tiempos, destacan que siempre estoy sonriendo. "Parece que te encuentras mejor", "Te noto contenta".
Ni una ni otra, la mayor parte de las veces, por desgracia.

Pero tengo muy claro que el estado anímico es vital para llevar los problemas, el dolor, las preocupaciones... Por muchas y grandes que sean, siempre es posible sonreír. Pensado con frialdad, se puede tomar como un simple ejercicio muscular. Y ayuda. No sólo ayuda a sobrellevar o superar lo que sea, sino al ambiente a tu alrededor: si la gente te ve mustia, con cara de zapatilla o quejosa siempre, o se contagia (y te lo contagia a su vez a ti, por lo que el "mal rollo" se retroalimenta), o se van. Todos tenemos problemas, o penas, o dolores. Aguantar los del prójimo sobrecarga la mochila.
Así que, por los demás, y por nosotros mismos, es una buena opción mantener buen ánimo, por mucho que apriete el brote, por dolida que estés con alguien, por preocupada que te tenga lo que sea... Al menos es mi opción.
Es decir: cuanto peor me va, más me esfuerzo en sonreír. Para aliviar la situación.


Evidentemente, mientras discutes, o cuando tienes que asimilar algo duro, no es posible (o al menos no es nada fácil) poner buena cara. Pero cuando las aguas se calman, es buena idea para superar el obstáculo que se haya puesto en tu camino al buen ánimo real.


Una psicóloga me dijo una vez que tenía que sonreír aunque no me apeteciera. Que, como deberes, tenía que ponerme dos veces al día delante del espejo y sonreír, aunque fuera la sonrisa más falsa del mundo, aunque estuviera llorando mientras lo intentaba.


Y, después, a lo largo del día, repetir el gesto cada vez que me acordara, aunque por dentro estuviera hundida. Nunca le agradeceré suficientemente esa ayuda.
Porque ahora, años después, ese ejercicio que tanto me costaba llevar a cabo en su día, sale casi de forma automática.

La primavera es un momento difícil: el clima se vuelve loco (y la EA le sigue el ritmo), la astenia está al acecho y todo cuesta una barbaridad... Así que este ejercicio es, en momentos como éste, importantísimo. Me sienta como me sienta, me duela lo que me duela y cuanto me duela, sonrío. Como he dicho, "por mí y por mis compañeros, y por mí el primero".

Por ejemplo... todos tenemos días en que nos cruzamos con gente cabreada, estresada, amargada... En definitiva: con malas caras.
Si uno de esos días nos cruzamos con alguien que, sonriendo, nos da los buenos días, nos alegra el resto de la jornada ¿verdad? Y nos contagia con mayor fuerza que todos los que no lo han hecho.
Pues es una buena idea ponerlo en práctica: ser nosotros quienes, llevemos lo que llevemos por dentro, demos los buenos días con una sonrisa. El resultado no puede ser malo.
Y al que le moleste, que arree... 
Como si a los demás nos gustara su cara de acelga.


viernes, 19 de abril de 2013

Lo raro es vivir

Qué ganas tenía de releer esta maravilla. No suelo releer (con la pila que tengo, me da vergüenza), pero en este caso no pude contenerme. Es uno de mis libros favoritos desde hace años. Y no me arrepiento en absoluto de haberle dado otra vuelta.

Lo he disfrutado más que la primera vez que pasó por mis manos. De hecho, he visto que, en aquella época, aún tenía la fea costumbre de subrayar algunos pasajes. Y me ha resultado curioso ver qué era lo que me llamaba la atención en aquél momento: no tiene nada que ver con las partes que me han maravillado en esta ocasión.

Los libros de Carmen Martín Gaite siempre han sido mi debilidad, porque parece que te va dando sus preciosas historias como si fuera un dulce, con una cucharita. Y, sin que te des cuenta, cuando termina la narración, con esa misma cucharita te coge por dentro y te remueve entera.
No sabes cómo ha ocurrido, tú sólo has leído la historia de dos amigas que se reencuentran, o la de una mujer que se ve envuelta en varias situaciones difíciles tras la muerte de su madre. Nada más. No te ha dicho nada más de forma directa. Pero algo dentro de ti ha empezado a hervir, y la tapadera amenaza con saltar.

Y así tengo el cuerpo hoy: revolucionado. Anoche, tras terminar el libro, el caldito empezó a hervir, y mi mente está bullendo (para bien): dentro de una historia un poco inconexa, casi loca, he llegado a verme reflejada, he leído cosas que no ponía en el libro: la importancia de una pareja que te haga sentir protegida pero a la vez adore tu "alma" (o como se quiera llamar) y te ayude a pulirla y desarrollar las mejores partes; la necesidad de estar en paz con tu pasado, incluyendo los posibles conflictos familiares (aquí me he visto bastante reflejada... los padres de la prota se parecen tanto a los míos que hasta su padre habla y gesticula como el mío, su historia tiene cierta similitud con la mía); o que no debemos subestimar a los demás (ancianos, enfermos...) porque se dan cuenta de mucho más de lo que creemos.

Terminé el libro entre la angustia por la trama y la sonrisa por lo que me ha aportado. La sonrisa se ha ido ampliando, mi mente sigue dando vueltas y más vueltas, pero en el buen sentido: buscando saber, pensando qué cambiar y cómo... vamos, ayudando a la cucharita a dar vueltecitas dentro de mí, para que, cuando el caldo repose, saque algo en claro y me sirva para algo positivo.
Desaprovechar tanta luz hacia dentro tiene que ser pecado.

Por favor, sea breve

A pesar de que no estoy demasiado de acuerdo con la cita que abre el libro, de Augusto Monterroso, en la que dice que "Lo cierto es que el escritor de brevedades nada anhela más en el mundo que escribir interminablemente largos textos, largos textos en los que la imaginación no tenga que trabajar", debo reconocer que, de los relatos recogidos en esta antología de Clara Obligado, los mejores, o los que más me han gustado al menos, son los más breves, aunque haya entre los más largos autores como Rubén Darío, Vicente Huidobro o Julio Cortázar.

En este recopilación los relatos están ordenados de más extenso a menos, ocupando el que la abre una página y media y el último, dos líneas (y encima de diálogo, es decir, que cabría en una probablemente).

El ingenio y agudeza que transmiten los últimos superan con creces al de los primeros, a pesar de contar con muchas menos palabras para conseguirlo.

Desde luego, es algo que me parece digno de genios, al alcance de muy poquitas mentes. Con lo que me enrollo yo, hasta para dar los buenos días, me parece prácticamente magia decir y hacer sentir tantísimo con tan pocas palabras. Anda que no me queda por aprender...

Un alma de Dios

Breve y precioso relato del XIX, que me ha recordado, en cierto modo, a un contemporáneo suyo, "¡Adiós, Cordera!", aunque para mi gusto sale ganando con creces el de Clarín.

A través de la biografía de Felicidad, la protagonista, Flaubert expone a qué te lleva ser una mente simple, sin complicaciones, sin egoísmo, sin malicia: a acumular desprecio ajeno.
Sin embargo, en pocos casos ese desprecio llega a afectar a alguien bueno. El que viene de los seres a los que se quiere sí, pero el de los demás... ni siquiera se percibe. Porque no está pendiente de ellos, como ellos lo están de los demás.


También refleja su bondad en el amor por los animales: Lulú, un precioso loro que llega a sus manos por casualidad, es el ser vivo más cercano a Felicidad, quien más alegrías (y algún disgusto) le da. Quizá por equiparación en cuanto a esa malicia. Y es a quien tiene presente hasta sus últimos momentos.

La edición está muy cuidada, desde la fuente hasta el papel, pero se ve un poco afeada por la traducción, que tiene algún pequeño fallo bastante evidente en el texto.

miércoles, 17 de abril de 2013

Cuéntaselo a Rosi

Oy, oy, oy... qué pedazo de novela se ha marcado Carlos García-Calvo. 

Entre todos sus libros, es el único de ficción (y eso de que sea ficción no está tan claro).

Intrigas amorosas, chic, cosmopolitismo... ¡Tiene de todo! Hasta humor, cuando corresponde.

Estoy deseando que se anime con otra novela, su lectura ha sido i-de-al.


Bien, ahora ya escribo en serio. Lo de arriba es lo que pienso que al autor le gustaría leer, o incluso lo que se cree.

En realidad la trama de la novela es bastante potable, llegando a buena.
Pero es lo único bueno del libro.
La resolución de la trama, por ejemplo, es de lo más inusual. Y no me refiero a original. Me refiero a que da la sensación de que se ha cansado de escribir, o ha rellenado el mínimo de páginas exigidas, y dice "pues pum: abracadabra pata de cabra. Resuelto."

El retrato de los personajes (entre los que se incluye a sí mismo como protagonista) es exageradísimo. Quizá su vida real sea así de agitada, pero vamos, que él vaya de autor de sesudos libros sobre arte del XIX... es para troncharse. Y así con todos.

Carlos García-Calvo, habitualmente, utiliza muchos extranjerismos cuando habla y escribe. Pero lo de este libro ya es hiperbólico. Más si tenemos en cuenta que algunas palabras en castellano no las usa adecuadamente (por ejemplo, dice en el capítulo 2 de la primera parte que "adolece de sentido del humor", refiriéndose a que no lo tiene).

La redacción es infantil. Me ha recordado a algunas redacciones que guardo por ahí de las que entregué como trabajo para el colegio, en EGB. Y mis textos salían ganando en cuanto a madurez redactora se refiere.
Por ejemplo, abusa de "el cual / la cual", sustituyendo a pronombres, y de "pues" sustituyendo, por ejemplo, a "porque" o "ya que"...
Como muestra, un botón. En uno de los diálogos, alguien dice que tiene que colgar, porque se le está quedando el móvil sin batería. Y lo expresa así: "Te dejo, pues me voy a quedar sin batería". Vamos, realista 100%, incluso para este tipo de gente, tan chic.

Otro detalle es la enumeración, tipo wiki-cutre, de lugares de interés de las ciudades escenario de las idas y venidas de los personajes de la novela, especialmente cuando se trata del protagonista: tiendas (chic, claro), restaurantes (de nivel, por supuesto), hoteles (de 4 estrellas en adelante, faltaría más), calles, museos...
Intenta dárselas de culto con estos detalles, y hablando de ciertos libros, pero queda fatal, para qué nos vamos a engañar: muy artificial, muy colado a capón.

La edición es de Planeta, y no sé si es que no le ofrecieron corrector de estilo para el libro, o que el autor se negó. En todo caso, su trabajo brilla por su ausencia, y es una lástima. Porque con ciertas correcciones básicas hubiera quedado una novelita potable.

A pesar de todo, la lectura ha merecido la pena (por eso no he dejado el libro a medias) sólo por lo que me he reído. No de lo que pretendía el autor que hiciera gracia, pero me he divertido mucho.

lunes, 15 de abril de 2013

Leonor de Aquitania



De la manera más insospechada llegó, un buen día, este libro a mis manos (¡Gracias, Natalia!).

He disfrutado con su lectura, a pesar de que el libro es un buen tocho. Al principio se hace más espeso, es una lectura lenta, y al ver ese ritmo y toooodas las páginas que quedan por leer da la sensación de que se va a hacer eterno, aunque sea interesante.

Pero después va cogiendo ritmo, va agilizándose la lectura, se va complicando y enredando la trama (menos mal que incluye lista de personajes y mapa de la zona) y no se hace pesado para nada.

Esta historia de Leonor de Aquitania es digna de biografías, películas y estudios serios. Tanto por la parte histórico-política, como por la historia de amor que conduce la trama (¿licencia literaria de la autora?).
Me ha chirriado un poco, en este sentido, que ese enamoramiento estuviera, en algunos momentos, por encima del amor maternal. No sé si sería así, pero por las personas que conozco que tienen hijos y lo que cuentan, veo difícil que un amor romántico esté por encima del amor por los hijos. A pesar de que todos hemos escuchado o leído en algún momento que alguna mujer pone a su marido por encima de sus hijos en sus preferencias. Es algo que, como no soy madre, se me escapa.

Por lo demás, la historia es interesantísima. Una feminista adelantada (gracias a la educación que su padre se empeñó en darle, como si fuera un varón), no en el sentido que hoy conocemos, tan desgastado y casi negativo, sino en el que a mí me parece más correcto: defensora de la igualdad entre hombres y mujeres que, si hoy aún tenemos que luchar por ella y no bajar la guardia, supongo que en el siglo XII sería casi quimérico.
Creó, en esta línea, los "Tribunales del amor", cuya principal novedad consistía en que no se consideraba en ellos a la mujer como propiedad del hombre (que, como digo, para aquella época, ya es bastante innovación).

Todo esto de lo que hablo mezcla, por supuesto, historia y licencias literarias, pero ¿dónde acaba una y empiezan las otras?

Como pega (como digo siempre: si no pongo pegas, no soy yo) me referiría a la estructura: la narración empieza en 1.174, como breve introducción; después continúa en 1.137, para seguir, a partir de ahí, lineal hasta 1.190 (aproximadamente), pero en ningún momento explica cuándo, en la narración, llega ese 1.174. Puede intuirse claramente, pero no queda cristalino, y siempre queda la duda de, si ese relato inicial, ocurre en la época que se cree, o será algo posterior a lo que se está leyendo pero parece que enlaza con el inicio.
Al menos, para una mente dispersa como la mía...

sábado, 13 de abril de 2013

Afortunados, a pesar de todo

Entre las personas con las que me relaciono cibernéticamente, hay un grupo de pacientes con los que se puede compartir desde quejas hasta alegrías, pasando por desahogos en los momentos más bajos y chorradas que nada tienen que ver con nuestras patologías.
Unos están peor que otros, unos lo llevan mejor y otros peor. Pero, entre todos, nos arropamos y damos consuelo cuando se necesita.

Y pensando en la fantástica idea que tuvo quien creó este grupo, y divagando, divagando... he llegado a la conclusión de que, dentro de que estamos jodidos, podemos considerarnos afortunados.

No porque haya cosas peores, sino porque, al menos, estamos padeciendo estas enfermedades en una época tecnológicamente avanzada. No hablo sólo de diagnósticos, tratamientos ni todas esas perrerías médicas.
Hablo especialmente de oportunidades para llevar mejor nuestras patologías: desde la red social que nos une y tanto nos ayuda, hasta el teléfono, internet mismo...
Cuando estamos malitos tenemos la opción de hacer la compra por internet; si necesitamos desahogarnos, podemos conectarnos a esta red, o coger el teléfono y llamar a alguien que nos escuche, o que pueda echarnos un cable si lo necesitamos; la mayoría tenemos acceso a un coche si tenemos que ir volando a urgencias...

Alguna vez he pensado cómo sería padecer esta enfermedad, o cualquier otra de las que se recogen allí, ya no sólo en otra época histórica, sino a día de hoy, en cualquier país no desarrollado.



Allí no hay bajas laborales, ni teléfono, ni internet si me apuras. Ni siquiera acceso a medicamentos paliativos efectivos.
Allí hay ajo y agua. Y lo del agua, con suerte. Muchas veces, por no tener, no tienen ni la oportunidad de saber qué les pasa, de ponerle nombre a ese demonio que les está complicando la vida, ese paso tan importante. Por lo general, el momento del diagnóstico de una enfermedad crónica, degenerativa, es, por una parte, muy duro: que te digan que la opción "cuando me ponga bien..." tienes que borrarla de tu cabeza es difícil de asimilar; pero, por otra parte, resulta un alivio bautizar a tu contrincante, saber a qué te enfrentas: la incertidumbre es mucho peor que un diagnóstico indeseado.

Y todos esos beneficios, afortunadamente, están de nuestro lado: pruebas, tratamientos, mantas eléctricas, sillas de ruedas motorizadas, ascensores, telecomunicación... ¿no es genial la cantidad de cosas con las que contamos?
Desde luego, podría haber más. Por supuesto, lo deseable sería que no estuviéramos enfermos. Pero ya que lo estamos... qué fácil lo tenemos. Y, afortunadamente, cada vez más*.



* Hablo de objetos, no de mentalidad social. Ahí, por desgracia, hemos avanzado tirando a poco.

sábado, 6 de abril de 2013

El canon de la normalidad

Esperaba encontrar un nuevo fichaje de autora en castellano para mi hambrienta (que no famélica) pila.
Pero va a tener que se en otra ocasión. O con otra autora, más bien.
Porque, de los 3 relatos que recoge este cuadernillo, no me ha gustado ninguno.

Para empezar, la forma de escribir de Marta Sanz no me ha seducido para nada: la lectura era forzada, el ritmo o va como a trompicones, o es muy lineal y anodino... no me ha dado lugar a pensar que, quizá con otro argumento, sí me guste...



Respecto a dichos argumentos... pues ninguno de los 3 me ha seducido...

En el primer relato, "Doméstico", inventa una ficción inverosímil por donde la cojas. Mira que he leído ciencia ficción y fantasía... Ahí por lo menos se esfuerzan en que las cosas tengan algo de sentido (en la mayoría de los casos). Aquí no sólo no explica el por qué de cierta transformación, ni el cómo, sino que lo plantea como algo cotidiano, normal.
Trata el tema del desempleo y los sentimientos y situaciones a que puede dar lugar cuando se prolonga en el tiempo. Pero las figuras que utiliza para darle forma no tienen pies ni cabeza. Al menos, no explicados así.

"Mi amigo Jose está de free lance en Palestina" tampoco tiene demasiada coherencia ni sentido. El giro final, que supongo pretende dar sentido a todo, es simplemente una excusa para cerrar un argumento que quizá hubiera quedado mejor abierto...
Además, cierto tonillo adoctrinador inverso (vamos, que intenta convencerte de lo equivocadísimo de los argumentos de los personajes de forma muy descarada) me ha tocado las narices: que me digan (aunque no lo digan) lo que tengo que pensar de ciertas cosas, y más sin dar argumentos de por qué, en un relato que leo para entretenerme y disfrutar me resulta desagradable, por decirlo de una manera suave.

En "El canon de la normalidad", que da título al volumen, más de lo mismo: qué mala-malosa es la policía, qué peligrosas son algunas formas de pensar... Todo ello envuelto en un clima que pretende ser de intimidad (que no resulta nada íntima) y pretende crear empatía (que no lo consigue) a través de la pena por alguno de los personajes: la madre, o la hija.
Me ha parecido burdo utilizar una relación delicada, unas imágenes casi dramáticas, para reflejar un contexto político y familiar que no cuadran para nada. Quizá sea también ciencia ficción, pero desde luego bastante torpe.

En la introducción presentan a la autora como Doctora en Literatura Contemporánea por la Complutense, y profesora universitaria en otra Universidad. Así que doy por hecho que soy demasiado paleta como para apreciar su arte y buen hacer. Lo que sí tengo claro es lo que me gusta y lo que no.

jueves, 4 de abril de 2013

Sin plumas

¡Por fin me he atrevido!
Y no me arrepiento... en todo caso, me arrepiento de no haber leído a Woody Allen antes.

No sé por qué, me daba miedito... pensaba que no iba a entender nada...
Pero bueno... sí lo he entendido (creo...)
Y no sólo eso, sino que lo he disfrutado, me he reído un montón con esta lectura.

Después de terminar el libro me ha quedado la duda de si el autor es un genio...
o está como una regadera...
o ambas...

Los textos son divertidos, absurdos y mordaces a un tiempo. Hay que ser un genio para conseguir eso.

Intercala en relatos coherentes frases o expresiones que te dejan patidifuso, unas por lo absurdo y otras por lo puñeteramente irónico.

De los diferentes textos (casi 20 diferentes entre reflexiones, comedias y relatos) aquí recogidos, me quedo, con diferencia, con la comedia en un solo acto "Dios". Me hubiera encantado ir a un teatro a verla representar. Antes de leerla, mucho mejor. Pero ahora, después de conocer la locura que supone... tampoco me importaría, aunque el factor sorpresa (bueno, los múltiples factores sorpresa) estaría amortiguado.

Woody Allen es de esos cineastas que apasionan: le adoras o no le soportas. Recomiendo, tanto a unos como a otros, esta lectura. En serio (en serio la recomendación: la lectura seria de este libro es imposible).

martes, 2 de abril de 2013

La jauría y la niebla

Genial reencuentro con uno de mis autores de cabecera, desde que hace bastantes años (prefiero olvidar cuántos) leyera su juvenil "Y decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero".
Tiempo después supe que habían hecho una película, pero como lo que más me gustó del libro fue su narrativa, su línea de pensamiento a veces inconexa, no me atrajo lo que pudiera ofrecerme la versión audiovisual.

Después he ido encontrando obras suyas, leyéndolas, disfrutándolas... Hasta toparme con "La jauría y la niebla", que es de los que más me han gustado.

Para empezar, debo decir que el título es acertadísimo, aunque es algo que no se aprecia hasta bien avanzada la lectura.

La estructura está dividida en 3 tipos de capítulos, señalados con números arábigos (si no me falla la memoria, así se llaman los números que utilizamos normalmente), números romanos y letras del alfabeto en mayúsculas.

Cada tipografía señala el inicio de la narración de un personaje (Ander, un adolescente; Leandro, su hermano pequeño; o Ignacio Mayor, un escritor). Cada uno tiene sus propios problemas cotidianos, se enfrenta a diferentes retos, aparentemente independientes, pero que, con el avance de la lectura, se van acercando, hasta casi solaparse.

Ander y Leandro son, como digo, dos hermanos que viven en un pueblecito vasco, y allí tienen, más o menos, los problemas que todos hemos tenido en colegios e institutos a esas edades; o, si no los hemos tenido, los hemos visto. A pesar de la violencia juvenil que está presente en buena parte del argumento, y de tratar también la lucha que hay en la educación vasca por mantener viva su lengua, no cae el autor en la facilidad de relacionar el "problema vasco" con esa violencia: la violencia juvenil es la misma en en norte que en el sur, y los argumentos, si no son los mismos, se parecen mucho.
Ignacio Mayor es un escritor que, después de 15 años, vuelve a dar charlas en los colegios, y es lo que le acerca a los otros dos protagonistas (y a alguien más).

Cada uno tiene su historia, sus preocupaciones, sus miedos, sus ilusiones... Y lo narra TAN bien Martín Casariego que es difícil no sentir angustia, miedo o ilusión con los protagonistas. Siempre he visto en este autor una gran habilidad para hablar de los sentimientos juveniles (no tanta como Ana María Matute para convertirse -y convertirnos- en una niña otra vez, pero casi), y aquí la desarrolla especialmente con el duro momento al que se enfrenta Ander.

No he leído todo lo que ha publicado Martín Casariego Córdoba, pero desde luego, después de este libro, voy a investigar cuáles me faltan y avanzar un poquito con él.

lunes, 1 de abril de 2013

Manuscrito cuervo

Me parece de lectura casi obligatoria.

Como muchos, conocí a Max Aub gracias a sus "Crímenes ejemplares", tétricamente divertido.
Gracias a la editorial Cuadernos del Vigía se han recuperado y reeditado con fantástica calidad muchas obras dejadas de lado de este genio de la literatura española.

En "Manuscrito Cuervo" explica, desde el punto de vista de un cuervo, la sociedad (especialmente la europea) del siglo pasado, sus contradicciones, su organización, sus principios...

Sus observaciones, centradas en el campo de internamiento de Vernete en torno a 1.940, son agudas y terribles.
Deberíamos, muchas veces, intentar mirar lo que hacemos y por qué a través de otro punto de vista no humano, no necesariamente córvido, simplemente ajeno a nuestros trajines. Nos ayudaría a ver muchos de los sinsentidos que cometemos.

Ya al final del libro, tras varias observaciones clasificadas en diversos apartados, habla de varios internos y el por qué de su internamiento en este campo de concentración. Resulta trágico.

Un libro, en fin, para aprender y no repetir errores terribles.